Todo en la vida tiene un principio, todo surge por algo y
para algo. Nuestra propia existencia tuvo un comienzo, aunque fuimos olvidando el por qué y el para
qué.
Cierto es que todas nuestras inquietudes tienen un punto de
partida, así como nuestros gustos y temores. Aprendemos a lo largo del tiempo a
acostumbrarnos y a adaptarnos a tal punto, que olvidamos el principio mismo de
las cosas que nos rodean. Y llegando a este punto en dónde sé que no hay
discrepancia con aquel que comprenda esto mencionado anteriormente debo de hacer
una excepción a la regla y decir que no se olvidan aquellas cosas que nos han
marcado a tal punto que nos han hecho reflexionar sobre la vida misma. Esos
sucesos que nos acontecen una vez y por la importancia que poseen nunca más lo
olvidaremos y querremos saber más sobre ello, como una manera de autodefensa en
contra de lo desconocido y lo atemorizante de la situación. Tal vez es por esto
que los traumas que poseemos son todos arrastrados y traídos desde la infancia,
esa etapa en nuestras vidas en dónde aún no podemos comprender nada por
nosotros mismos y cuando algo nos da muchísimo miedo a tal punto de bloquear
nuestros sentidos, se genera una defensa en el organismo la cual dará una señal
de pánico cada vez que una situación similar se repita en el futuro. Por el
contrario ya de adulto cuando algo nos da tanto miedo, nuestro cerebro comienza
rápidamente a buscarle una solución lógica a la situación para así no volver a
sentir miedo cuando algo parecido pase en el futuro.